DÍA 28 - A veces lo mejor que puedes hacer es quedarte callado y dejar que Dios te muestre
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Ya sabes, la vida tiene una forma de ponernos retos, a menudo cuando menos lo esperamos. A veces, lo más sorprendente de estos retos son las personas que los provocan. Ya sea un amigo, un colega o incluso un familiar, hay momentos en los que parece que no encontramos las palabras, en los que las explicaciones caen en saco roto y en los que defendernos parece una batalla interminable.
En esos momentos, quiero que recuerdes algo poderoso: a veces lo mejor que puedes hacer es permanecer en silencio y dejar que Dios les muestre.
Es fácil dejarse llevar por el calor del momento, sentir la necesidad de defendernos, de argumentar nuestro punto de vista o de explicar nuestra versión de los hechos. Pero ¿qué sucedería si, en lugar de reaccionar, eligiéramos dar un paso atrás y dejar que el silencio fuera nuestra respuesta? ¿Qué sucedería si confiáramos en que Dios, o cualquier poder superior en el que creas, lo ve todo y revelará la verdad a su debido tiempo?
Permanecer en silencio no significa ser débil o pasivo. Se necesita una fuerza inmensa para contenerse cuando cada fibra de nuestro ser quiere hablar. Se trata de tener fe en que la justicia prevalecerá, que la verdad saldrá a la luz y que quienes nos han hecho daño verán el error de sus acciones.
«El Señor peleará por ustedes; ustedes sólo tienen que estar tranquilos.» (Éxodo 14:14, NVI)
Piensa en la belleza del silencio. Es en esos momentos de tranquilidad donde encontramos claridad. Es en esas pausas donde podemos escuchar nuestros propios pensamientos, reflexionar sobre nuestras acciones y conectarnos con nuestra paz interior. Cuando dejamos de intentar controlar la narrativa y dejamos de lado la necesidad de demostrar nuestro valor, abrimos espacio para la intervención divina.
“Guarda silencio ante el Señor y espera con paciencia en él; no te irrites cuando los hombres prosperan en sus caminos, cuando llevan a cabo sus perversos planes.” (Salmo 37:7, NVI)
Esto no significa que ignoremos la injusticia ni que nos dejemos maltratar. Significa que elegimos nuestras batallas sabiamente y reservamos nuestra energía para lo que realmente importa. Significa que confiamos en que nuestras acciones, nuestro carácter y nuestra integridad hablan más alto que cualquier palabra que podamos decir.
Imagina una situación en la que te han malinterpretado o juzgado injustamente. La reacción natural podría ser dar explicaciones, aclarar el malentendido de inmediato. Pero ¿qué sucedería si, en lugar de eso, respiraras profundamente y decidieras responder con silencio? Ese silencio no está vacío: está lleno de fuerza, sabiduría y paciencia.
“Tiempo de romper, y tiempo de remendar; tiempo de callar, y tiempo de hablar.” (Eclesiastés 3:7, NVI)
Al permanecer en silencio, te das tiempo para reflexionar, no solo para ti, sino también para los demás. Das espacio para que la verdad surja de manera orgánica. A veces, cuando dejas de hablar, les das a los demás la oportunidad de escuchar (de escuchar de verdad) y de ver las cosas desde una perspectiva diferente.
Existe una profunda serenidad que surge al confiar en un poder superior que revela la verdad. Cuando permanecemos en silencio, no ignoramos el asunto; demostramos que tenemos fe en el proceso, fe en la justicia y fe en la revelación definitiva de la verdad. Decimos: "Confío en que lo que está destinado a ser visto, será visto".
Mientras tanto, mientras permites que este proceso se desarrolle, concéntrate en cuidarte a ti mismo. Revuelve las verduras y cocina el maíz. Esta es una metáfora del autocuidado. Así como prepararías con cariño una comida para nutrir tu cuerpo, tómate el tiempo para nutrir tu alma. Participa en actividades que te brinden paz y alegría. Rodéate de energía positiva y de personas que te apoyen.
Cuidarse a uno mismo no es egoísta, es esencial. Se trata de crear un santuario dentro de uno mismo donde poder retirarse y recargar energías. Cuando uno se cuida a sí mismo, está mejor preparado para afrontar los desafíos de la vida con gracia y resiliencia.
«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.» (Mateo 11:28 NVI)
Recuerda que tu silencio, tu paciencia y tu fe no son signos de debilidad sino de profunda fortaleza. Estás eligiendo elevarte por encima del ruido, mantener tu dignidad y confiar en un plan superior.
Reflexionemos sobre esto juntos. Piense en una ocasión en la que se enfrentó a una situación difícil y decidió permanecer en silencio. ¿Cómo se sintió? ¿Cuál fue el resultado? A menudo, descubrimos que nuestro silencio habla más fuerte que cualquier palabra que pudiéramos haber dicho. Demuestra que tenemos el control de nuestras emociones y que confiamos en un poder superior a nosotros mismos.
Así que, la próxima vez que te encuentres en una situación en la que te sientas obligado a defenderte, respira profundamente. Revuelve las verduras, cocina el maíz. Concéntrate en lo que puedes controlar y deja el resto en manos de un poder superior. Confía en que, en el gran esquema de las cosas, la verdad y la justicia tienen una manera de salir a la superficie. Tu silencio puede ser tu fortaleza, tu tranquila determinación, un testimonio de tu fe.
Deja que tus acciones hablen por ti. Deja que tu coherencia y autenticidad brillen. Aquellos que están destinados a ver la verdad la verán, y aquellos que no, de todos modos, nunca estuvieron destinados a ser parte de tu viaje.
Recuerda que, a veces, lo mejor que puedes hacer es permanecer en silencio y dejar que Dios te muestre lo que hay en tu vida. Mientras tanto, concéntrate en nutrir tu alma, como lo harías con un jardín. Revuelve las verduras y cocina el maíz: haz el trabajo que alimente tu espíritu y te mantenga con los pies en la tierra.