DÍA 43 - Está bien estar preocupado, pero no te dejes consumir
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Bien, seamos realistas por un minuto. ¿La vida? La vida es un caos. Es impredecible. Es un viaje salvaje y caótico al que todos tratamos de aferrarnos sin perder la cabeza. Y no importa cuánto intentemos mantener todo en orden, a veces la vida tiene otros planes. Puedes planificar todo lo que quieras, puedes hacer listas, establecer metas y tener todo perfectamente organizado, pero ¿adivina qué? La vida llegará como un tornado y lo esparcirá todo.
Déjame preguntarte: ¿cuántas veces has sentido que lo tienes todo bajo control, pero de repente surge algo que te deja sin aliento? En un momento estás avanzando sin rumbo, todo va bien, y de repente, ¡zas!, surge un problema y, de repente, te encuentras en una espiral.
Todos conocemos esa sensación. Comienza de a poco, con una pequeña preocupación al principio. Tal vez sea algo en el trabajo, como una fecha límite que se acerca y no estás seguro de poder cumplir. O tal vez sea una pelea con alguien a quien aprecias y estás repitiendo esa conversación en tu cabeza, pensando en todas las cosas que desearías haber dicho de otra manera. O tal vez sea ese problema de salud cuyos síntomas no puedes dejar de buscar en Google. Sea lo que sea, se instala en tu mente y no te abandona.
Y antes de que te des cuenta, esa pequeña preocupación se ha convertido en una obsesión total. Ya no es solo un pensamiento pasajero, sino que te consume. Es lo único en lo que puedes pensar. Estás en el trabajo, pero tu mente está en esa preocupación. Estás con amigos o familiares, pero en realidad no estás allí porque esa preocupación ha ocupado todo el espacio en tu cabeza. Estás acostado en la cama, mirando al techo, y esa preocupación está ahí, pesada en tu pecho, dificultándote la respiración.
¿Podemos admitir algo? La preocupación es agotadora. Te agota. Te quita todo y te deja con una sensación de vacío, como si hubieras corrido una maratón sin una línea de meta a la vista. Y aquí está el quid de la cuestión: la mayoría de las veces, esa preocupación es por algo que ni siquiera puedes controlar. Se trata de algo que podría suceder, algo que podría salir mal, pero que aún no ha sucedido. Estamos aquí estresándonos hasta enfermarnos por cosas que tal vez nunca sucedan.
Vayamos al grano: ¿por qué nos hacemos esto? ¿Por qué dejamos que estas preocupaciones nos consuman? Es como si pensáramos que al preocuparnos, de alguna manera nos estamos preparando para lo peor. Como si solo pensáramos en ello lo suficiente, estaremos listos cuando sucedan las cosas malas. Pero seamos honestos: ¿cuándo ha servido de algo preocuparse? ¿Cuántas veces has pasado por la gimnasia mental de la preocupación, solo para que las cosas salgan bien al final?
Piensa en esto: ¿cuántas horas, días o incluso semanas has perdido preocupándote? Tiempo que podrías haber pasado disfrutando de tu vida, pero en cambio, te quedaste atrapado en este ciclo de ansiedad y estrés. ¿Y qué obtuviste de ello? ¿Toda esa preocupación resolvió el problema? ¿Te hizo sentir mejor? ¿O simplemente te dejó sintiéndote más estresado, más cansado y más derrotado?
La cruda realidad es la siguiente: preocuparse no cambia nada. No soluciona el problema. Lo único que hace es robarte tiempo, energía y paz. Y, sin embargo, seguimos haciéndolo una y otra vez, como si esta vez fuera a ser diferente. Pero no lo es y nunca lo será.
¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo dejamos de dejarnos consumir por la preocupación? No voy a sentarme aquí y decirles que simplemente “dejen de preocuparse”, porque si fuera tan fácil, todos seríamos maestros zen a esta altura. Pero lo que sí les diré es que hay una diferencia entre estar preocupado y estar consumido. La preocupación es natural, es saludable, es lo que nos mantiene conscientes y responsables. Pero cuando esa preocupación se convierte en obsesión, ahí es cuando tenemos un problema.
Déjame preguntarte: ¿qué fue lo último que te consumió? Piensa en ello. ¿Qué fue aquello que se apoderó de tus pensamientos, de tus emociones, de tu vida? ¿Cómo te hizo sentir? Y al mirarlo ahora en retrospectiva, ¿valió la pena toda esa energía? ¿Merecía ocupar tanto espacio en tu mente?
Ahora bien, aquí viene la parte complicada: la vida no viene con un manual. No hay ninguna guía que nos diga cómo manejar el caos, la incertidumbre, la interminable lista de cosas que pueden salir mal. Así que hacemos lo mejor que podemos. Tratamos de controlar lo que podemos y nos preocupamos por el resto. Pero la verdad es que hay tantas cosas que están fuera de nuestro control. Y cuando tratamos de controlar lo incontrolable, ahí es cuando nos metemos en problemas.
Aquí es donde la cosa se pone seria: tenemos que aprender a dejar ir. No nuestras responsabilidades, ni nuestras preocupaciones, sino la necesidad de controlarlo todo. Tenemos que aceptar que algunas cosas van a salir mal, y que eso está bien. Está bien no tener todas las respuestas. Está bien no saber qué va a pasar a continuación. Está bien estar preocupado por algo sin dejar que te consuma.
Piénsalo: ¿qué pasaría si aflojaras un poco el control? ¿Qué pasaría si, en lugar de intentar controlar cada resultado, te permitieras concentrarte en lo que sí puedes controlar y dejar de lado el resto? ¿Qué pasaría si te dieras permiso para sentir preocupación sin dejar que te domine?
Aquí tienes un ejercicio: la próxima vez que sientas que la preocupación te consume, da un paso atrás y pregúntate tres cosas:
- ¿Qué puedo hacer al respecto ahora mismo? Si hay algo que puedas hacer, hazlo. Si no, reconoce que, por ahora, no está en tus manos.
- ¿Importará esto en una semana, un mes o un año? A veces dejamos que nos consuman cosas que, en el gran esquema de la vida, no son tan importantes como las hacemos parecer.
- ¿Cuánto me cuesta esta preocupación? ¿Te está costando tu paz, tu felicidad, tu sueño? Y si es así, ¿merece la pena?
Analicémoslo en detalle: la vida será caótica. Siempre habrá algo de lo que preocuparse. Pero la cuestión es la siguiente: no tenemos que dejar que esa preocupación nos consuma. No tenemos que dejar que se apodere de nuestras vidas. Podemos elegir reconocer nuestras preocupaciones, afrontar lo que podamos y dejar ir el resto.
Así que este es mi desafío para ti: la próxima vez que sientas que esa preocupación se acerca sigilosamente y amenaza con consumirte, respira profundamente y pregúntate: “¿Merece la pena tener paz por esto?”. Si la respuesta es no, entonces es hora de dejarla ir. No porque no te importe, sino porque te importas lo suficiente como para no dejar que te domine.
Y una cosa más: ¿cómo sería tu vida si dejaras de permitir que la preocupación te llevara? ¿Si recuperaras el control, no tratando de arreglarlo todo, sino decidiendo qué merece tu atención y qué no? ¿Y si, en lugar de dejar que el caos te consumiera, aprendieras a encontrar la paz en medio de él?
Porque esta es la verdad, hermosa y confusa: la vida siempre será impredecible. Siempre nos lanzará bolas curvas, pero podemos elegir cómo responder. Podemos elegir si dejamos que esas preocupaciones nos consuman o si damos un paso atrás, respiramos y nos concentramos en lo que realmente importa.
Permítame preguntarle: ¿cuál es la preocupación que lo ha estado consumiendo últimamente? ¿Y qué pequeño paso puede dar hoy para pasar de estar consumido a estar preocupado? Porque, al fin y al cabo, no se trata de evitar el desorden, sino de aprender a vivir en él sin dejar que se apodere de nosotros.